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Mis fantasmas

Me preparo para escribir algo importante. Me gustaría escribir directamente sobre la pantalla, como un pintor sobre el lienzo. No ir tan rápido. Pensar. Pero joder... Ésta es la verdadera primera vez. Lo de antes era otra cosa. Si hay algo que sea escribir dejándose las tripas sobre la mesa es esto para lo que he venido aquí.

No tengo sangre corriendo por los brazos. Está parada. Trago saliva como un cazafantasmas intentadno apuntar. Las manos están blancas porque la sangre se detiene antes de llegar. Tengo ese nudo de la garganta en el hígado, no se que hace ahí. Estoy muy jodido. Espero que esta escena acabe pronto. Tengo que decirle que la echo de menos, ahora estoy dispuesto, soy un lobo nuevo. La mejor mentira es el deseo, la mejor verdad es la distancia. Tu mejor verdad es despacio, sin música, como levantarse por la mañana sin el tiempo justo, deber en mente. Las paredes siguen estando aquí, y estas son las cosas que escribo. Los árboles hablaban hoy de mí, decían algo de enfrentarme a no-se-quién. Joder, que miedo. El suelo está sucio. La cocina me espera hace rato. En el salón una luz de sirenas. A Ulises no le sirvió de nada que le ataran. Años después le seguían atormentando esas voces que te embaucan. A mi también me llama la televisión aun estando apagada. ¿Dónde está ese fastidioso fantasma? Esta tarde he visto a la orquídea moverse, ha sacado flores nuevas, hermosas, grandes, misteriosas, intensas. A veces parecen peligrosas, otras son claramente visitas inesperadas que traen desde otros mundos desconocidas felicidades, exuberantes y efímeras. Misterios. Tengo que hacer algo. No puedo quedarme quieto más tiempo. No se que va a pasar cuando empiece a moverme. Puede que todo se desmorone lentamente. Pero estoy seguro de que si no me muevo todo se desmoronará rápidamente. En un cuento de Ende el joven protagonista ha de atreverse a lanzarse al vacío para poder salvarse porque el sitio donde vive se desmorona para siempre. Dejará de ser un estudiante. Yo también. Creo. Algún día, me duele el estomago como si fuera el fin, tenía que pasar. Os quiero. Os he querido desde este lado de la vida. Adiós.

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Compromiso y libertad

Estic fotut com la mare que ho ha parit.

Com que no trobava raonaments a l'altura del meu problema en les meues reflexions, he intentat sintetitzar l'enunciat de la meua reflexió i he tirat mà de Google. He trobat un text que parlava molt clar d'allò que jo tenia en ment i d'algunes coses més. Està tan be que he volgut veure'l sencer i buscar qui ho havia escrit... sorpresa! "texto extraído de interrogantes.net y de la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL".

Lo comparto con ustedes (al menos un extracto de lo que me parece más interesante y menos doctrinal):

Comprometerse
Vivimos quizá una época histórica en la que hemos visto cómo grandes utopías han quebrado. Ahora, se mantiene vigente más bien —como señala José Antonio Marina— una utopía sin pretensiones, que había permanecido latente, oscurecida por la prepotencia de las demás. Se trata de la utopía ingeniosa. La nueva humanidad se siente cómoda en un ambiente poco agresivo, tolerante, en el que los individuos, liberados por desligación de la influencia de los demás, se disponen a probarlo todo. Se ha abolido lo trágico y se navega con soltura en una afectividad ingeniosa: divertida, no comprometida, y devaluadora de lo real.

Nuestro siglo, que ha sido, posiblemente, el más sangriento y trágico de la historia, justifica el descrédito de la seriedad, porque en el origen de las grandes tragedias que nos han conmovido aparece siempre alguien que se tomó algo demasiado en serio, fuese la raza, la nación, el partido o el sistema. La sociedad desconfía, con razón, de todo fanatismo. Hay un valor máximo, que es la libertad, y el resto son procedimientos para conseguirla. Le cuesta admitir cualquier afirmación sostenida con vigor. Cualquier norma excesivamente definida le asusta. Busca el vagabundeo incierto, el buen humor. Odia los tonos regañones y gruñones. Una consigna tácita nos ordena no tomar nada en serio, ni siquiera a nosotros mismos. Hemos descubierto las ventajas de la anestesia afectiva, todos somos divertidos, la publicidad adopta un tono humorístico, las costumbres son desenfadadas, las modas ingeniosas. Nada se libra de la atracción de la levedad.

Es cierto que hay que reconocer grandes conquistas a esta mentalidad. Entre otras cosas, haber barrido —literalmente— a toda una fauna de personajes bastante ridículos y prepotentes. Hay que reconocerlo y agradecerles sus servicios.

Sin embargo, es fácil comprobar que esa actitud de levedad produce frutos ambivalentes: pretende fortalecer el Yo, y acaba, sin embargo, propugnando un Yo débil, fluido e insolidario; en vez de exaltar la creatividad, que es lo que pretendía, engendra un sujeto errático y pasivo.

La huida de la realidad convierte al hombre en simple espectador de su vida. El rechazo del compromiso abre paso a una espontaneidad aleatoria, gracias a la cual el hombre es lo que le da la gana, es decir, lo que se le ocurre, es decir, una ocurrencia imprevisible. Las equivalencias impiden la elección, porque aunque hay abundantes solicitaciones, todas son equiparables y de carácter efímero.

Eludir el compromiso es eludir la realidad. Es ineludible comprometerse porque la vida está llena de compromisos: compromisos en el plano familiar, en el profesional, en el social, en el afectivo, en el jurídico y en muchos más. La vida es optar y adquirir vínculos: quien pretenda almacenar intacta su capacidad de optar, no es libre: es un prisionero de su indecisión.

Saint-Exupéry dijo que la valía de una persona puede medirse por el número y calidad de sus vínculos. Por eso, aunque todo compromiso en algún momento de la vida resulta costoso y difícil de llevar, perder el miedo al compromiso es el único modo de evitar que sea la indecisión quien acabe por comprometernos. Quien jamás ha sentido el tirón que supone la libertad de atarse, no intuye siquiera la profunda naturaleza de la libertad.

El riesgo del autoengaño
Todos tendemos en cierta manera hacia el autoengaño y el encubrimiento de nuestros errores. Por eso la educación del carácter requiere un serio esfuerzo personal en ese sentido: cuando cometas un error, no te escudes en tu debilidad, no te lances a señalar defectos de otras personas, a culpar o acusar a otros. Es verdad que también habrá culpa en otras personas, pero hay que evitar que esa parte de culpa ajena te impida ver la tuya. Cuando observes en ti un error, lo verdaderamente necesario es, simplemente, que lo admitas, te corrijas y aprendas de él: de esta manera, además, una experiencia negativa puede convertirse en algo muy positivo.

Y si ves que tu pensamiento deriva enseguida hacia cuestiones que están fuera de tu alcance —fuera del círculo de influencia de que hablábamos antes—, frena en seco y vuelve a empezar. Hemos de tener la valentía de descubrir y afrontar las áreas de error o de debilidad que hay que en nuestras vidas, para eliminarlas o reformarlas.

También será positivo conocer nuestras áreas de talento, para potenciarlas. En ambos casos el proceso de avance es muy parecido: establecer una meta personal, hacer un propósito de mejora y mantener un compromiso serio con uno mismo para cumplirlo (un compromiso serio y firme, pero también cordial y deportivo).

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El vendedor de cuentos – OJOS GRISES

Desplegar la mesa plegable, colocar la cesta para el dinero, el papel en blanco, la máquina de escribir fuera de la funda; todo preparado. Los carteles: ‘Cuentos al minuto, sea el protagonista de un cuento’, ‘Precio: la voluntad’, ‘disponible/ocupado’. Me encanta la gente. Mis historias al minuto son como la gente que pasa, desastrosas. Esa chica morena con los ojos grises. No hago otra cosa que mirar a la gente que pasa. Es asqueroso. Bueno, soy escritor.

Ocupado.

“Tenía los ojos grises. El día frío como la cama de las ancianas viudas. Parecía que el viento llevara a las nubes el color desde sus ojos. Todo estaba manga por hombro en la vida de…”

¿Cómo te llamas? Si no tienes nombre te pondremos uno: Inés.

“Todo estaba manga por hombro en la vida de Inés. Este día y todos los demás. Como los días bonitos en que toda la vida, pasada y futura, cobra sentido, también hay días que ocurre todo lo contrario. Un mal día para ir a ver al ginecólogo.
Al entrar en la consulta Inés tropieza con el escalón y cae, con todo el peso del cuerpo queriendo llegar al suelo antes que nadie, y las manos, cogidas a la correa del bolso, olvidando que tienen responsabilidades en estos asuntos. Plas! Menuda leche. Las viejas y los viejos nunca tienen reparos en narrar los acontecimientos en voz alta mientras ocurren, por muy inapropiado que resulte.

—Mira esa chica, menudo tortazo se ha dado.
Todos mirando.
—Ni herida, ni nada. Sólo humillación.
Piensa Inés calculando los daños.
—¿Estás bien?
En las salas de espera cualquier acontecimiento idiota es comentado entre todos.
—Se hubiera podido matar. Es que los jóvenes van tan deprisa, ya se sabe.
—¿Qué estoy haciendo?
Se desespera Inés en la sala de espera.
—¿Es que estaba usted mareada o algo?
—No, sólo he tropezado.
—¿Seguro que se encuentra bien?
—Sí, gracias.
—¿Está usted embarazada?
—Pues la verdad, no lo sé.
—¿Que emoción verdad?
—Que peligrosos son para la criatura esos golpes. Tienes que ir con más cuidado.

Inés sale de la sala de espera. Atraviesa la puerta que da a la calle. Toma una fuerte bocanada de aire, y llevada por un impulso incontrolable corre con los ojos cerrados. Hasta que se siente volar por los aires. Un coche que no ha tenido tiempo de frenar. Cuyo conductor, al bajar del coche y verla en el suelo, no deja de decir que se le ha echado encima.”

Me encanta esta mierda. El frío. Las nubes. La gente paseando porque es un parque para pasear. Los ancianos aburridos de su vida.

“Nadie le creyó porque tenía barba de más de tres días, la voz aguda que da el carácter inseguro, y esa mirada triste que tienen los depresivos crónicos. Aunque fuera verdad, no valía la pena que lo fuera, y eso la gente de a pié lo valora mucho. Era una de esas personas a las que el resto rehuye por una extraña grima inexplicable. Se llamaba Julián y acompañó a la ambulancia cuando se llevaron a Inés. Esperó el resultado. Se enteró por los médicos, que no queriendo mantener conversación con él, no le preguntaron quién era. Inés estaba embarazada. Julián se ocupó de que avisaran a los padres de Inés, de que les contaran que estaba en coma y embarazada. Esperó a que llegaran y arrastrados por la necesidad le tomaron por el padre de su futuro nieto. Julián se dejó llevar como quién no es capaz de interrumpir a su padre cuando se enfada y riñe al primero que pasa. Humildemente dio su número de teléfono a los padres por si necesitaban algo. Humildemente visitó a Inés con cierta frecuencia. Humildemente acompañó a los padres cuando tuvieron que llevársela a casa como un vegetal. Cuando tuvieron que volver al hospital a que Inés tuviera al bebé, todavía inconsciente, allí estaba Julián. Humildemente. Con aquella humildad que le hacía tan repelente, se la llevó a su casa y cuidó de ella y del bebé, al que le puso de nombre Julián porque así lo creían conveniente los abuelos. Nunca se supo nada del padre. Pasaron los años y los abuelos murieron, contentos con la fantasía de familia feliz en la que se habían acomodado, habiendo conocido a su nieto y pensando que dentro de lo malo su hija tenía una bonita familia.
Un día, mientras su hijo Julián, de seis años, jugaba con ella a los médicos, Inés despertó: no veía nada, sólo una luz blanca. Ni siquiera pensaba nada, sólo un pensamiento indefinido y brillante. Nacer. Sentía intermitentemente a su hijo que la tocaba. Oía a su hijo parlotear jugando, como quien oye el rumor del mar. En realidad podría decirse que no había despertado si no que iba despertando. Tardó doce relajadas horas en tener conciencia de sí misma y empezar a recordar. Y a ver. Nunca nadie con más de seis meses de vida ha conocido una estupefacción constante como la de Inés. Una sorpresa incandescente que emociona, aprieta el estomago y paraliza la voz por tiempo indeterminado. Así estuvo durante un largo año.
Hasta que un día Julián, que humildemente había esperado a que ella dijera algo, la escuchó preguntar:

—¿Qué ha pasado?
Se desperezaron sus cuerdas vocales, tuvo que repetirlo varias veces. Al fin, Julián entendió.
—Hace unos ocho años te atropellé con el coche y quedaste en coma, estabas embarazada y tuviste al bebé mientras todavía estabas inconsciente, tus padres quisieron llamarle Julián, y así se llama. Unos años más tarde murieron y yo me hice cargo de ti y del niño. Hace un año despertaste, y hoy has hablado por primera vez desde hace ocho años.

Un extraño silencio se instaló entre ellos.

—¿Quién eres tú?
Preguntó entonces Inés, esperando algo más digestivo.
—Julián, el que te atropelló.
Una voz de niño interrumpió la digestión de Inés, que de milagro no murió atragantada.
—Papá, ¿mamá se ha despertado para siempre?”

Disponible.

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EXTRAÑA HISTORIA (mal contada)

Una persona que no dice su nombre escribió hace unos dias un post en este blog, parece ser que pidiendo ayuda/colaboración. Según he entendido despues de entrar en su blog y leer largo rato un montón de confusos textos sobre el tema, esta persona ha sufrido algo similar a la desgraciadamente conocida tortura policial. Pero no queda claro.

"Estaba esperando a una persona en la puerta de mi casa, que está en la esquina de la manzana donde se encuentra la tenencia alcaldía del Grao, y el reloj daba las 11:45, o 12:00h no recuerdo bien, mientras esperaba a dicha persona, comienzo a mirar mi cámara digital, quería ponerla al día antes de dirigirme a la taberna del oso marino.
Sin saber como llegó hasta mi, escucho a un Agente con voz cortés y educada que no saque las caras de los agentes que se encuentran a las puertas de la tenencia, custodiando la entrega de camisas, libro y cinta magdaleneros. Le aclaro, que no se preocupe, que no estoy tomando fotos. Solo corrigiendo los balances, etc. de la digital, y mirando la batería y capacidad de la tarjeta, y le propongo que vea la memoria de la ultimas fotos tomadas, cosa que no hace.
El Agente, al oír que no estoy haciendo fotos me pregunta si soy de la prensa, vamos, periodista.
Le contesto educadamente, que NO, que soy un ciudadano libre y comprometido con la Blogosffera, y que he bajado de casa a tomar unas fotos a Jordi Sevilla, para el Blog CASTELLÓN OPINA. Justo en ese momento, y sin que me pida nada, me identifico mostrándole mi DNI a la vez que le indicaba que vivo arriba, vamos que soy vecino del barrio."

"Por un momento, y después de guardar mi cartera, noto como el tono del agente, cambia, y me solicita ya el DNI PARA FORMALIZAR LA IDENTIFICACIÓN, PORQUE SE ENCUENTRA AUTORIDADES MUY IMPORTANTES."

"De un modo educado, le digo que ya se la he mostrado, que me he identificado y que no estoy haciendo fotos, que no entiendo el acoso al que estoy siendo sometido; nuevamente saco la cartera, y le muestro mi DNI, pero de un manotazo el agente me lo quita de la mano, y ahí empieza el problema: de que si a la comisaría para la denuncia que si esto que si lo otro." Creo que esto es demasiado importante para obviarlo: ¿cuándo y por qué se habla de la comisaría? ¿denunciar qué? ¿qué significa "esto y lo otro"? ¿cual es el problema exactamente?

"Finalmente, me encuentro dentro de la tenencia alcaldía donde otro agente se suma a ofrecer tensión, en lugar de calmar la idiota escena o la pendejada del triste incidente.
Esta vez, agaché las orejas, me baje los pantalones, y suplique dejar las cosas como estaban, pues aun recordaré toda la vida, cada día que pasa la injusticia cometida contra mi persona. Esta si, mucho mas grave, donde se conculcaron todos los derechos a los que nuestra Constitución nos ampara por igual a todos los españoles, y a la Carta Magna de los Derechos Humanos."

He remarcado en rojo las frases que el autor ha dejado sin explicar. Yo personalmente no entiendo nada, no comprendo cuál es el "incidente", ni cuál es la "injusticia", ni el "problema"... creo que faltan datos.

Espero que en otra ocasión este sujeto se presente diciendo su nombre, explique los hechos de forma clara y sintética, así como las personas y circunstancias relacionadas, expresándose con la máxima claridad, y centrandose en aquellos hechos y circunstancias que mayor interés y/o agravio le suscitan.

En principio apoyo la propuesta que he leído en su blog (castellonopina) de que los policias lleven cámara a modo de caja negra, y aprovecho para mostrar mi repulsa ante las actuaciones -demasiado habituales- de los policías nacionales al torturar (mucho o poco, tanto da) a los detenidos.