El Vendedor de Cuentos - EL DESCONOCIDO



–Hola, me llamo Sheila.
–¿Como se deletrea?
–Ese, hache, e, i, ele...

Un señor mayor silba mientras pasea mirando todo a su alrededor, como si hojeara un periódico inmenso. Mira los patos del estanque, el culo de esta chica que habla conmigo, mi mano colocando el cartel de "ocupado" junto a la máquina de escribir, esta ridícula mesita plegable. No ha leído el cartel de "Cuentos al minuto", lo sé. Pienso que tal vez debería ser más grande. El silbido se aleja como una nube. También su descaro y la ridícula mueca que hace con la boca para silbar.

—Disculpa. ¿Qué me has dicho?
—Mi nombre. Ese, hache, e, i, ele, a; Sheila.
—Tienes nombre de princesa de dibujos animados.
—hmm... Gracias.
Responde ella sin terminar de convencerse de que no es una burla.

—¿Cuantos años tienes Sheila?
—¿Para qué quieres saberlo?
La chica parece divertirse. Ha formulado la pregunta como quien reta a un contrincante.

—Voy a escribirte un cuento muy bonito. Quedarás tan contenta con el resultado que tu generosidad desbordará mi cesto de la voluntad. Para eso voy a hacerte algunas preguntas personales. Eres libre de responder.

Los dos mirándose.

—¿Cuantos años tienes?
Antes de terminar la pregunta, ella responde.
—¿Cuántos me echas?

Un escritor mira a una chica de arriba a abajo.
Lleva un bolso verde pistacho colgando del hombro izquierdo. Sujeta la correa con la misma mano. Como si fuera un soldado que se ha acostumbrado a llevar siempre su fusil a todas partes, aun descargado. Es un bolso grande, de los de cosas revueltas. Una falda sensual, ni muy corta ni muy larga. Negra. Una chica menuda con zapatos planos de empeine descubierto. Una chica verde y negro, cometa, árbol y gorrión. Elegante, discreta, un tanto pizpireta y soñadora, un poco rebelde y con ganas de jugar.

—¿Dónde trabajas?

Ella no sabe si es un paso necesario para que el escritor acepte el reto de adivinar su edad, o si directamente ha sido desestimada su propuesta. Así que, ni confundida ni defraudada, se dispone a responder sinceramente y quedar fuera de juego. El viento sopla. La rama de un árbol se aparta y el sol calienta su cara que dibuja una mueca incómoda.

—Trabajo en una oficina de prevención.
Un instante de silencio. Más viento.
—Veintiséis.
—¿¡Cómo lo has sabido!?

El sol sobre la mesa ilumina el momento y la máquina de escribir emite un destello brillante y orgulloso y se pone en marcha. La chica sonrie feliz.

"Era un viernes caluroso como los susurros en la cama. Sheila no tenía zapatos de tacón. Aunque los demás la vieran bajita, ella se consideraba alta, y no quería que unos tacones ampliaran su estatura."

—¿Qué escribes?
Pregunta Sheila delatando su carácter impaciente.
—¿Qué haces los días que no trabajas?
—Nada.
—¿Duermes?
—Por ejemplo. Me levanto tarde, desayuno, me vuelvo a acostar, me levanto y voy al sofá, me duermo viendo la tele...
Sonríe Sheila mientras explica.

"Un chico había preguntado al presidente del gobierno cuándo terminaría el hambre en el mundo. Sheila había buscado su respuesta en todos los canales de televisión, pero los noticieros no decían nada. Se asomó por la ventana para fumar pero no tenía tabaco. Se quedó mirando un muro dónde había una pintada que rezaba: -armas +comida. Fue directa a la nevera y cogió la mermelada y un yogur. Antes de que su culo tocara el sofá, comenzó a sonar el móvil."

—¿Cuánto tiempo vas a tardar?
—Un minuto.
—Un minuto ya ha pasado.
—¿Tienes prisa?
Sheila se apresuró a responder.
—No, no, no.
—Un minuto a partir de ahora.

El viento ha cambiado de dirección y el sol se esconde ahora detrás de las nubes. Sheila se relaja. El escritor escribe.

"Cogió el teléfono pero seguía oyendo ese timbre. Al darse cuenta de que no era el teléfono se apresuró hacia la puerta y abrió sin pensar. Era un chico jóven, de unos 20 años. Las manos sucias de pintura negra, el gesto alegre. La miraba a los ojos directamente, profundamente, le decían hola. Se quedó muda un instante. Al despejarse no supo valorar si había estado muda un par de segundos o un par de minutos o qué.
—¿Qué quieres? Le dijo al chico.
El chico le pidió llamar por teléfono. Ella miró su boca, su media sonrisa, su piel imberbe.
—¿Quién eres?
El chico respondió enseguida.
—Soy un chico que necesita hablar por teléfono y ésta es la primera puerta a la que llamo.
—Pero...
—El portal estaba abierto.
El chico sonreía tímidamente.
—No te conozco.
Se dijo a sí misma en voz alta. El chico le gustaba.
—Me llamo Alberto.
Sheila pensó que cualquier otro nombre hubiera sido mejor."

Los patos estan quietos, la gente ha escampado, por un momento todo está en silencio.
El escritor mira a Sheila a los ojos. Hay una nube detrás de su cabeza.

"Cuando se despertó recordó haber soñado mucho. Lo último eran sirenas de policía. Un chico jóven con las manos negras. Se lo llevaban. Sheila empapada en sudor. Había peleado, Sheila había peleado... ¿con la policía? El chico era pintor, o algo. Sheila tragó saliba y le supo a yogur. A besos. Se había sentido más jóven, como si fuera otra. El sueño era así: estaba viendo la tele, luego saltaba a un parque, estaba con un chico que hacía una pintada. Luego estaba en casa, con el mismo chico. Algo sensual. Se perdía.
Sheila recordó haber abierto la puerta a ese chico como algo real. Dudó. Miró a su alrrededor buscando pistas. Un sonido familar desvió su atención. Alguien había entrado en casa. Sheila escuchaba con todo su cuerpo.
—¡Soy yo!
Le oyó gritar y se tranquilizó.
Sheila se levantó medio vestida y le dió un beso a Alberto que llegaba del trabajo, le pidió un cigarro y se asomó por la ventana para mirar al cielo. Alberto hablaba desde la cocina.
—¿Estabas durmiendo?
—¡Estaba soñando!
—¿Qué son estás manchas? ¿Es pintura negra?
Sheila se había quedado muda, su vista fija en algún punto de la calle. En la calle alguien hacía una foto a un muro con una pintada."//

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1 comentarios:

JOSE-MARIA dijo...

Hay sueños que mejor olvidar. Otros que pueden ayudarnos a darle un sentido a nuestra vida. ¡Esos son los que hay que perseguir!